12 joyas de la arquitectura colonial
El Viejo San Juan (Puerto Rico)
El viajero hispano que se sumerge una noche de sábado por las calles del Viejo San Juan – una de las ciudades coloniales más hermosas del otro lado del Atlántico- siente que está en territorio cercano, amigo. Hay buganvillas y palmeras, agradables calles peatonales a las que se asoman balcones llenos de flores, casas de planta baja de colores alegres y chillones, mucha gente por la calle, restaurantes que no cierran hasta bien entrada la madrugada, parejas que se dan arrumacos en el malecón que rodea la muralla y mucha música de salsa y de bomba -el son puertorriqueño por excelencia-, que traspasa los dinteles de los garitos para inundar las calles de sones caribeños. El Viejo San Juan es una delicia, a cualquier hora del día.
La Habana Vieja (Cuba)
La Habana Vieja es el conjunto colonial más grande de América. En ella se concentran todos los elementos de las ciudades que los españoles crearon al otro lado del Atlántico: fortalezas, conventos e iglesias, palacios, patios, callejuelas, soportales… todo en a cuatro grandes plazas: la de la Catedral, la de Armas, la Vieja y la de San Francisco. Entornas los ojos y te puedes imaginar en Cádiz o en Tenerife. La vieja Habana es hija del barroco español y de las orishas yorubas, del ron y del azúcar, de la salsa y de las mulatas. Un destilado del Caribe más genuino. Cruzar un océano para ir a Cuba y no dedicarle dos o tres días a su capital es un desperdicio de viaje. Acostumbrado a las imágenes de esa otra Habana balcanizada de casas centenarias, en las que nadie ha cambiado ni una bombilla desde que triunfó la Revolución, esta Habana señorial, rica y colonial parece sacada de otro mundo.
Trinidad (Cuba)
Trinidad es la otra joya colonial de Cuba. No es un ningún descubrimiento: el turismo hace tiempo que llegó a esta bella localidad de la Cuba central y ni el calor ni la humedad evitan que sus calles sean un hervidero de visitantes. Los mayores agobios empiezan hacia las 11, cuando llegan las excursiones en autobús desde Playa Ancón o Cienfuegos. Pero quienes pernoctan en la ciudad tienen hasta esa hora el privilegio de disfrutar una Trinidad más intimista. Fresca, silenciosa y humilde, como la ciudad provinciana y rica venida a menos que fue. Trinidad de Cuba enamora por sus colores vivos, porque suena música a todas horas, porque aún se escuchan las risas de los vecinos, el murmullo de las comadres, el griterío de los niños. Vida local, tal y como lleva ocurriendo desde hace cinco siglos.
Cartagena de Indias (Colombia)
Si solo pudiera ir en mi vida a una ciudad colonial de América, lo tengo claro: elegiría Cartagena de Indias. Cartagena es la perla del Caribe colombiano, la visita inexcusable, la ciudad que por sí sola justificaría un viaje a Colombia. Una ciudad mágica de palacios e iglesias, de buganvillas y balcones, de patios frescos y ventanas con celosías de madera, de murallas y baluartes que igual podría estar aquí en el Caribe que en Extremadura o en Andalucía. Hay que dar un paseo nocturno por el centro amurallado de Cartagena, pasar bajo la puerta del Reloj, deambular por la plaza de los Coches, dejarse caer por la catedral y subir por el camino de ronda de sus murallas para empaparse de este urbanismo de plazuelas y soportales que transportan al viajero unos cuanto siglos atrás. Es verdad que es muy turística y que si ese día llegan cruceros, mejor ni arrimarse a las calles del centro hasta pasado el mediodía. Pero aún así, Cartagena enamora y tiene rincones hechizantes.
Antigua (Guatemala)
Antigua es la referencia colonial de Guatemala, un país que también se asoma al Caribe. Su planimetría de calles perpendiculares, sus casitas que no levantan más de dos pisos, sus plazas porticadas, su muchas iglesias y conventos y sus fachadas de tonos pastel hablan del empeño que pusieron los conquistadores españoles por recrear al otro lado del océano la nostalgia de sus pueblos castellanos. Cada piedra y cada ladrillo de Antigua tiene escrita una parte de la historia de esta villa, fundada en 1554 como primera capital de Guatemala. En 1773 el célebre y destructivo terremoto de Santa Marta la arruinó casi por completo. Sus habitantes decidideron entonces levantar una nueva ciudad en otra zona más segura, lo que hoy es la actual Ciudad de Guatemala, y la antigua capital dejó de ser el centro del país. Eso la sumió en el olvido, pero quizá también salvó su casco antiguo de la piqueta de la modernidad.
Cuzco (Perú)
Nueve siglos lleva en pie Cuzco, una de las ciudades más fabulosas de Sudamérica. Primero como capital del imperio de los incas, que le dieron su nombre en quechua: el ombligo del mundo. Después como asentamiento de gran importancia para los conquistadores españoles. Y ahora, como emblema de la cultura mestiza del Perú. Sobre los cimientos pétreos de las construcciones incas se elevan templos y palacios coloniales españoles y edificios civiles de la República. Una yuxtaposición de estilos que se palpa también en el paisaje humano, en las fiestas y en las manifestaciones religiosas de la ciudad.
Quito (Ecuador)
Tras años de abandono, la capital ecuatoriana fue sometida a un ingente programa de rehabilitación que le ha devuelto todo su esplendor colonial. No en vano fue la primera ciudad en ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en 1978. Las enormes plazas del centro histórico (Santo Domingo, San Francisco, la de la Independencia) son un lugar radiante, con gente de paso y de paseo por esos grandes espacios urbanos rodeados de fachadas barrocas que esponjan el denso entramado de una ciudad de iglesias y conventos cuya planimetría se quedó anclada en el siglo XVII. De día siempre hay vida en ellas: parejas de enamorados que suben y bajan cogidos de la mano por la calle del Algodón o por la Chile, jubilados ociosos esperando nada en los bancos de la plaza Grande; vendedores ambulantes de ensalada de frutas, de empanadillas de queso y cebolla, de sanduches y cachitos, de batidos para el hígado y la memoria, de helados de guanábana y mora. En Quito tienen tanta salud los viejos oficios como los conventos de clausura.
Salvador de Bahía (Brasil)
Salvador de Bahía fue la joya de la corona portuguesa y la gloria del Brasil colonial. Los palacios, las iglesias y los conventos se sucedían en la Cidade Alta, a la vez que se incrementaba la población de esclavos negros para mantener toda la industria del azúcar. El resultado de aquella vorágine constructora del siglo XVII es el Pelourinho, el barrio más genuino de la Cidade Alta, una maravilla que deberías incluir en tu lista de cosas por hacer. Los ricos hacendados, los terratenientes, los altos funcionarios portugueses y las familias enriquecidas por el comercio con la metrópoli levantaron en el Pelourinho los más bellos edificios barrocos de Brasil hasta convertir el centro histórico de Bahía en la ciudad más próspera de la colonia.
Oaxaca (México)
De las muchas ciudades de impronta colonial de México, Oaxaca es una de las más completas. Su Zócalo es para muchos la plaza más bella de México; un espacio lleno de la fauna humana más variopinta que tiene algo de zaguán casero, o mejor, de trastienda animada de ultramarino de barrio en la que siempre pasa algo. Al Zócalo se llega siempre, antes o después, porque el entramado rectilíneo de la vieja ciudad colonial es como un embudo de adobe que desagua en este espacio privilegiado. El resto de la ciudad son cuadras de casas bajas y fachadas de tonos ocres, rojos pompeyanos, azules lavanda, que se miden en relación al Zócalo. A una cuadra al sur está el mercado, bullanguero y colorista. Cinco cuadras al oeste aparece esa filigrana de cantería que es la iglesia de la Soledad. Tres al norte empieza Macedonio Alcalá, la calle peatonal y elegante a la que se asoman alguna de las más bellas mansiones oaxaqueñas.
San Miguel de Allende (México)
Fue una importante parada en la ruta de la plata entre Zacatecas y la Ciudad de México. Su centro histórico está lleno de edificios bien conservados que datan de los siglos XVII y XVIII. San Miguel se ha puesto además de moda entre la intelectualidad y las clases altas mexicanas, que están comprando casas aquí o invirtiendo en hoteles boutique. También hay muchos extranjeros que se han mudado a vivir a la ciudad, atraídos por el exotismo de una vida urbana casi sacada de una película costumbrista. Te aconsejo que pasees por el casco antiguo, te des una vuelta por el zócalo –donde se asoma la enorme catedral-, que pruebes las gastronomía local en alguna de las cantinas del Zócalo (enchiladas mineras, fiambres de San Miguel o pacholas), que des un paseo en globo al amanecer sobre la ciudad aún perezosa o que te apuntes a una cabalgada por los cerros que rodean San Miguel y que acaba siempre al atardecer en el mismísimo Zócalo.
Comayagua (Honduras)
En torno a la plaza Mayor, una de las más bonitas de Honduras, se despliega todo un catálogo de edificios coloniales que custodian la historia de esta ciudad fundada en 1537 como Santa María de La Nueva Valladolid de Comayagua. Entre los monumentos a reseñar están la catedral, las iglesias de La Merced o San Sebastián, el palacio obispal y otras muchas casonas señoriales. Si decides ir a Comayagua te recomiendo que lo hagas coincidir con la Semana Santa, que allí se celebra por todo lo alto: son los días grandes de la ciudad.
Villa de Leyva (Colombia)
Colombia está llena de pueblos encantadores. Y 17 de ellos se agruparon bajo una marca de calidad llamada Pueblos Patrimonio que trata de proteger y promocionar a esas villas colombianas donde la modernidad no logró arrasar la belleza de su arquitectura popular ni la autenticidad de sus costumbres. Uno de esos pueblos patrimonio es Villa de Leyva, en el departamento de Boyacá. Podría decir que lo más sorprendente de Villa de Leyva es la armonía del conjunto arquitectónico: todas las casas son de estilo colonial, con sus muros enjalbegados y sus ventanas y balcones pintados de verde. Ni un solo ladrillo desentona en este pueblo-patrimonio. Pero no. Lo que más llama la atención de Villa de Leyva es su plaza principal, que más que plaza es un océano de adoquines constreñido entre los pequeños acantilados blancos de las casitas que lo rodean. La plaza es sencillamente inmensa, desproporcionada, la más grande de Colombia y podría afirmar sin lugar a dudas que la más grande también de cualquier otro pueblo del mundo que tenga solo 15.000 habitantes.
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