Deja espacio a la improvisación. A no ser que te guste ir a toque de silbato, es un error preverlo todo −vuelos, desplazamientos, hoteles− al dedillo, ya que no sabes cómo te sentirás en cada lugar de tu ruta. La posibilidad de cambiar de planes es un gran potenciador de la experiencia.
Si por la época del año hay lugares en los que es imprescindible reservar, date esa libertad en otros donde no haya tanta ocupación. Y en el día a día no te tomes las guías de viaje al pie de la letra, ya que nunca están actualizadas del todo. Los mejores cafés, restaurantes o alojamientos no están allí, y es un placer descubrirlos.
Déjate de obligaciones y, si no disfrutas de los museos, no vayas solo porque lo diga la guía. Justamente viajas para poder hacer lo que te pida el cuerpo. Un fotógrafo argentino al que conocí tenía la costumbre de visitar en cada ciudad el mercado y el cementerio porque, en sus propias palabras, “así comprendo cómo viven y cómo mueren”.